Cada año más turistas eligen subirse a un barco. Las navieras agrandan sus flotas, visitan nuevos destinos y reducen las tarifas. Pero, ¿cuál es el encanto de vacacionar en una lujosa ciudad flotante?
Nunca hubo tantos turistas dispuestos a pasar sus vacaciones en una ciudad flotante. Los cruceros viven su momento de gloria. Nos permiten codearnos en el agua con el lujo que algunos no frecuentamos en la tierra. La estadística lo expresa así: la Asociación Internacional de Líneas de Cruceros estima que el 2% de los que buscan descansar fuera de su país elige hacerlo en un barco, un porcentaje que crece a una tasa del 7% anual. Por otro lado, las navieras están construyendo más de 100 buques, lo que se traducirá en un incremento del 33% de las camas hacia 2023.
La amplitud de la oferta se complementa con el aumento, en la última década, del 60% del número mundial de cruceristas. Desde la Asociación Uruguaya de Agencias de Viajes (Audavi) aseguran que Uruguay no escapa a esta tendencia.
Es que la exclusividad del Titanic ya fue. Verónica Chancalay, coordinadora de marketing para Latinoamérica de la compañía italiana MSC —que esta temporada dispondrá de cinco barcos en Sudamérica, cuatro de los cuales visitarán Punta del Este y Montevideo, puerto en el que desde el 16 de diciembre comenzarán a embarcar pasajeros—, opina que más que un viaje lo que vende un crucero es “una experiencia a bordo”. “La gente quiere barcos cada vez más grandes y para que el negocio sea redituable hay que completarlos”, dice. Por eso estas empresas expanden su mercado a nuevos destinos y reducen las tarifas.
Carlos Pera, presidente de Audavi y representante de Costa —la única naviera que hasta la inminente llegada de MSC subía huéspedes en nuestros puertos— explica que los cruceros hoy apuntan al cliente de clase media. La opulencia está al alcance del bolsillo modesto: “Cualquiera que tenga previsto viajar a Florianópolis puede pagar un crucero de lujo”, dice.
Pero, ¿por qué la mayoría de los turistas que se suben a uno ya no quieren bajarse? La inauguración de un nuevo barco de MSC en Europa congregó a más de 3.000 periodistas y agentes de viajes para usar las instalaciones del “Grandiosa” por primera vez. El próximo año, este buque recorrerá Sudamérica.
El itinerario para esta exhibición es mucho más breve que el promocionado por la tarifa de US$ 805 que la empresa cobra por navegar en este crucero desde el puerto italiano de Génova hasta Nápoles, después Messina, pasando por Valetta, en Malta; luego por Barcelona y finalmente deteniéndose en Marsella. De todas formas, alcanza para describir cómo es pasar una temporada con la vida organizada entre escalones de cristal, mayordomos y fiestas.
Una semana de abundancia.
Luego de dos días de vuelo, llegamos a Hamburgo. El cielo está gris y el aire es gélido. Una mano blanquísima toma el asa de la maleta e interrumpe mi fantasía de no cargar durante el viaje hacia el puerto con estos 23 kilos de ropa. Es un joven alemán, empleado de la naviera. Me dice en inglés que la recibiré más tarde en la puerta de mi cabina, la 10225 del “Grandiosa”, un espléndido crucero con capacidad para 6.334 huéspedes, una longitud de más de tres cuadras y 18 pisos de alto. Tiene 2.421 cabinas. Desconfío y no suelto mi lastre, pero él no se rinde.
—Quédese tranquila, es parte del servicio habitual —me explica con una sonrisa. La primera del millón de sonrisas que recibiré de la tripulación durante la semana que estaré embarcada.
La celebración del bautismo transcurrirá a lo largo de cuatro días mientras el buque permanece amarrado en el río Elba. Estamos en el tercer puerto más grande de Europa. Se eligió este escenario para el festejo porque fue aquí que 25 años atrás la familia Aponte decidió diversificar su negocio de transporte de containers y, tomándolo como un hobby, dio el primer paso en la industria de los cruceros. Compró un barco que iba a ser convertido en chatarra y lo transformó en un príncipe marítimo con nombre romántico: “Lírica”.
El pasatiempo creció y la facturación se volvió atractiva; 17 naves después llegó el “Grandiosa”, el hijo pródigo que le costó a la compañía una década de planificación y un desembolso de US$ 1.000 millones.
Es el más grande y moderno de la flota, pero comparte la misma madrina que sus hermanos: Sophia Loren. Para los Aponte la actriz italiana es sinónimo de buen augurio, y a los 85 años subirá a bordo para bautizar el barco. Luego de su bendición zarparemos hacia Southampton, Inglaterra. Ahí termina nuestro viaje.
La puerta de entrada al crucero es muy parecida a la de un aeropuerto, incluso los controles de seguridad. De esta etapa, es fundamental conservar la tarjeta de embarque, nuestra identidad en esta pequeña ciudad sobre el agua que en sus instalaciones cuenta con una celda y una morgue. (Sí: hay enfermos terminales que eligen un crucero para despedirse de sus parientes).
Es un documento con un código de barras que nos permite entrar y salir del barco, ingresar al camarote, conectarnos a internet, hacer uso de los múltiples servicios de gastronomía de alto nivel (como la chocolatería del bicampeón mundial de pastelería Jean-Philippe Maury y el restó de tapas del chef español Ramón Freixa, galardonado con dos estrellas Michelin).
Es el pase para disfrutar de los entretenimientos (casino, spa, gimnasio, teatro, entre muchos otros). Es una billetera electrónica para comprar en las tiendas ropa, relojes, joyas y tecnología de las marcas más sofisticadas. Nos asegura una mesa en los 11 restaurantes e infinitos tragos en los 20 bares ubicados dentro y fuera del barco (aunque en el exterior la temperatura es de 3°).
Esta tarjeta es la culpable del sudor frío de varios huéspedes que para conservar el glamour se negaron a colgársela del cuello y tuvieron que pedir una copia, y otra copia. También es la causa de la cara de susto de los pasajeros que se salieron del paquete y el último día de estas vacaciones forman una larga fila en la recepción para saldar la deuda contraída a bordo.
Jorge Muller, agente de viajes colombiano, me explica que la mitad de la tarifa de un crucero corresponde a los impuestos que paga la naviera en los puertos, por eso las ventas en el barco son una ganancia fundamental. Pero los latinos somos cautos: hay muy pocos aguardando en la fila. “Todavía no gastamos tanto como los estadounidenses, ni los asiáticos, ni los europeos”, dice Muller. Pero advierte: “Todavía”.
Un ejército de empleados.
En la puerta del camarote me espera Babú, un indio de 26 años con look hipster que lleva cuatro años trabajando en el rubro. Con una enorme sonrisa anuncia que mi equipaje está en camino.
Luego, golpea la puerta para darme un folleto informativo del barco. (Pero no aparece la valija). Unos minutos después, volverá a hacerlo para entregarme un periódico con las actividades de mañana. (Sigue sin llegar y empiezo a preocuparme). Tras una breve pausa, Babú regresa: quiere saber si se me ofrece algo. (Ya llegó).
En los barcos, a los niveles se les dice puentes. Debido a la superstición que suele afectar a los marineros, el “Grandiosa” no tiene puente 13 ni 17 porque son números de mala suerte. Cada puente lleva el nombre de un pintor: mi cabina está en el área Joan Miró de este universo y desde la obra Personas y perro bajo el sol hasta L’ étoile matinale, Babú es el guardián de la higiene.
Con su trabajo no se juega. Un dispositivo colocado sobre la puerta del camarote le indica mis movimientos: una luz señala si estoy adentro, otra si necesito su atención o si, por el contrario, no la quiero. La única vez que opté por prescindir de su abocado servicio, se ofendió. Una noche, cuando regresaba de una fiesta, lo encontré en el pasillo, todavía trabajando y más serio de lo habitual. Unos segundos después, golpeó; con los guantes puestos y sosteniendo un balde con productos de limpieza, me dijo:
—No dejó que arreglara la habitación en todo el día. ¿Puedo pasar ahora? —No, gracias, Babú, está todo bien —le respondí. —No creo, el baño debe estar sucio. —Está limpio. —¿Entonces le ordeno la cama?
Si en una fiesta se calcula un mozo cada 20 invitados, en un crucero hay un tripulante cada tres pasajeros: el barco se limpia permanentemente.
Jorge Valderrama, agente de viajes chileno y encargado de reclutar personal para cruceros, cuenta que debido a la alta rotación esta es una industria con desempleo cero. MSC es la única compañía que permite que sus empleados luzcan tatuajes; el resto todavía no admite esta moda a bordo.
En el “Grandiosa” hay 1.704 trabajadores de 180 nacionalidades diferentes, aunque todos saben dos o tres palabras de inglés, francés, español e italiano.
Del total, 383 son mozos. Para las tareas de cocina, los filipinos son cotizados por su “alegría permanente”; para el contacto directo con el huésped se recomienda a los indios, “por la calidad de su atención”. ¿Y los latinos? Valderrama dice que recién ahora las navieras están tomándolos, sobre todo a los peruanos porque “son muy buenos para las tareas de servicio”. “Solía pasar que los latinos se aburrían y se marchaban”, aclara.
¿Y los uruguayos? No tenemos buena fama en cruceros. A lo largo de la estadía me llega el rumor de que al único oriental que recuerdan los trabajadores lo despidieron porque lo encontraron fumando marihuana durante una inspección.
Estos empleados trabajan jornadas de 11 horas los siete días de la semana. Sin embargo, a la hora de atender al pasajero, siempre todos sonríen. El promedio del salario varía de acuerdo a la tarea, pero se estima que ronda los US$ 2.000, y tienen una propina diaria de US$ 12 asegurada, que se le cobra al huésped.
En mi primera noche en un crucero cinco estrellas, 14 mozos se formaron a un lado y otro del pasillo de entrada del restaurante “El cangrejo morado”, a modo de bienvenida. Lo seguirán haciendo antes de cada cena. Brian, de Malasia, nos sirvió el plato principal cantando el nombre de los ingredientes y dando pasitos de baile. Mientras degusto un delicioso salmón, el agente de viajes Valderrama me cuenta que Brian, Babú y el resto de la tripulación están entrenados para salvarnos la vida ante distintos tipos de tragedia. Estamos en sus manos.
Escalones de cristales
Poner un barco en el agua no es un asunto sencillo. Requiere cumplir, entre otras cosas, con normas internacionales para la gestión de los residuos, “normas mucho más duras de las que se les exigen a los transportistas y a los hoteles”, dice Javier Massignani, director de MSC en Argentina.
En un barco como el “Grandiosa” hay una inversión que salta a los ojos y otra que resulta invisible. Pienso en dinero cada vez que subo las brillantes escaleras hechas con cristales de Swarovski en las que cientos de huéspedes se fotografían. Cada escalón está tasado en US$ 1 millón.
Sophia Loren: la madrina de 17 cruceros A lo largo de los cuatro días de celebración que duró el bautismo del “Grandiosa”, MSCse presentó como una empresa familiar amante de los mares y océanos. Los Aponte son supersticiosos: evitaron construir los niveles 13 y 17 (números de mala suerte) y todos sus barcos tienen a la actriz italiana de 85 años como madrina. Según dicen, es una cábala porque desde 2003 hasta ahora su presencia ha sido un “buen augurio”.
Pienso en dinero cuando visito la exposición de 26 obras originales de Edgar Degas, y cuando me dicen que Rafaela, la matriarca de esta empresa familiar, usa materiales nobles para construir los muebles y decide cada detalle de la decoración. Aquí la madera es madera y se discute hasta la posición de cada silla. Pruebo: intento levantar una mesa que parece ser de mármol y no puedo; la acomodo exactamente como estaba.
Pienso en dinero cuando visitamos las 95 suites súper lujosas del área Yacht Club (tarifa de US$ 5.310 para dos personas en cabina con balcón, US$ 3.710 sin él) ocupadas por pasajeros que no conocen de límites en su tarjeta de embarque y disponen de un mayordomo las 24 horas.
El personal —graduado de un instituto de Londres— recibe a los huéspedes habiendo estudiado su biografía y sus gustos de antemano; viste de frac y largos guantes blancos; hace las filas por ellos, desempaca sus valijas y está encargado de satisfacer todos sus caprichos: incluso puede usar la imprenta del crucero para llevarles a la cama cualquier periódico editado en el mundo. ¿Quién puede querer un mayordomo? Muchas personas. El segmento premium resultó tan exitoso que MSC lanzará tres cruceros exclusivos para estos clientes.
Pienso en dinero cuando veo el lujo, pero olvido los US$ 5.000 millones que le costó a la empresa utilizar la última tecnología ambiental para gestionar la basura que se genera a bordo de un barco que prepara más de 15.000 comidas al día.
Todas las navieras están obligadas a gestionar sus residuos, pero este barco recicla las aguas residuales y cada día produce tres millones de litros, con los que cocina el pan, la pasta y la mozzarella que se hace a bordo.
Además, todos los plásticos se reutilizan, las piscinas se calientan con el calor que generan la lavandería y las salas de máquinas; se usa únicamente energía LED para la iluminación; los cascos de los barcos tienen una pintura ecológica que impide el crecimiento de algas y percebes y así reduce el arrastre; a través de nueva tecnología se redujo 28% el uso de combustible en comparación a la línea de barcos anteriores, y disminuyeron las emisiones de óxido de nitrógeno en un 90% y de óxido de azufre en un 98%; no emite ruidos subacuáticos que dañen el ecosistema y se reciclan los residuos en siete categorías distintas. El objetivo de la compañía es llegar a emisiones 0%: es decir, no contaminar.
En los niveles inferiores del buque todavía huele a pintura fresca. Allí llegan los desperdicios que tiramos en las cabinas —cuyas papeleras separan el papel del plástico y de la comida— y en el resto del barco.
Hay máquinas que comprimen papeles, cartones, latas y plásticos; que trituran y segmentan el vidrio y la losa rota; otras licúan la poca comida que sobra y la tiran al agua para alimentar a los peces.
El material reciclado será comercializado puerto a puerto: los desechos también son ganancia. Los trabajadores que se encargan de ejecutar este plan sustentable usan trajes blancos, tapabocas y protectores en los ojos. Cuando llegan las visitas se forman junto a sus herramientas y levantan el pulgar para las fotos. No hablan.
Pura fiesta.
La gente pide barcos cada vez más grandes, pero después se pierde en ellos. Lleva por lo menos dos días orientarse en esta ciudad sin mirar los mapas interactivos colocados en “cada esquina”.
Como el objetivo de las navieras es conquistar a las familias para que viajen en grupo, MSC colocó cámaras diminutas en cada rincón del navío que siguen los pasos de los pasajeros; lanzó una aplicación en la que se puede chatear y hacer reservas sin necesidad de usar internet, y creó a Zoe: una asistente de inteligencia artificial que habla siete idiomas.
Parte de nuestra función a bordo es alimentar a Zoe de preguntas. Me siento ridícula hablándole a un pequeño dispositivo colocado en la habitación, así que lo dejo para la última noche.
La señal para empezar la conversación es “OK Zoe”. Lo hago. Ella se ilumina y entonces le pregunto dónde está ubicado el teatro (aunque ya conozco la respuesta). Me responde una voz femenina similar a la que usan los documentales de teorías conspirativas que aseguran que Angelina Jolie es una reptiliana. “Gracias, Zoe”, me despido. Ella: silencio.
Frances Pulpo es el manager de las actividades a bordo. Tiene a 160 animadores a su cargo. Lleva 12 años planificando fiestas sobre el agua y asegura que para eliminar el mito de que los cruceros son aburridos y para viejos, las navieras les dan al entretenimiento tanta importancia como a la gastronomía.
Por eso hay varias pistas de baile para todas las edades y un piso entero de juegos. Los niños tienen maquinitas, drones, impresoras 3D y miles de piezas de Lego; los adultos, un cine 4D donde podrán matar zombies, un simulador de Fórmula 1, realidad virtual y un bowling. Para todos hay un parque acuático al aire libre, piscinas, clases de baile y juegos grupales.
Para evitar cualquier posibilidad de hastío, el barco está lleno de pantallas. Sobre una gigante colocada en el techo, cual claraboya, se proyectan desde un cielo estrellado hasta los retratos que los fotógrafos contratados por MSC les toman a los cruceristas.
Además, el Cirque du Soleil armó dos espectáculos exclusivos que parte de su elenco interpretan en una sala construida de acuerdo a sus exigencias. Y otras tres agencias de representantes de artistas embarcaron músicos, bailarines, actores y más de 500 cambios de ropa para los ocho shows que cada noche se montan en el teatro, en la recepción y en los bares.
Si estos esfuerzos no alcanzan, por la noche un grupo de animadores vestidos de color plateado recorren los pasillos contorneando sus caderas, y por supuesto sonriendo. Invitan a los huéspedes a alguna de las tres, cuatro y hasta cinco fiestas. Las hay para todos los gustos, pero la más popular es la White Party —en la que nadie viste de blanco—, que se realiza en la cancha de basquetbol. Allí pasan reggaetones.
Mientras la fiesta llega a su apogeo, otros trabajadores comienzan su segundo turno y vuelven a limpiar el barco. Cepillan los sillones de las áreas comunes, colocan las sillas en la posición que indicó Rafaela, hornean panes. Los vi usar tres tipos diferentes de aspiradoras sobre las alfombras, los vi subirse a un andamio móvil para limpiar los vidrios desde el exterior.
En la madrugada vuelvo a mi camarote, reviso el catálogo de almohadas y elijo una. Tal vez vea una película (si es que quiero pagar US$ 7). El crucero avanza por el Mar del Norte. El movimiento me provoca una sensación de ligero mareo que resulta ideal para conciliar el sueño. Mañana llegaremos al puerto y volveré a pisar tierra.
Fuente: El País
Comments