En el día de su natalicio recordamos a ANTONI GAUDÍ, mientras celebramos que Barcelona recibe nuevamente a quienes se dejan maravillar por su espectacular obra luego de tantos meses de confinamiento.
Un arquitecto con sello propio por su obra original, su patrimonio arquitectónico y su particular universo creativo.
El máximo representante del movimiento Modernista de España y el gran nombre de la arquitectura catalana y barcelonesa.
Gaudí era un maestro utilizando técnicas constructivas basadas en la tradición que, una vez puestas en sus manos, acabaron produciendo obras muy adelantadas a su tiempo. El universo Gaudí va mucho más allá de la Sagrada Familia y de La Pedrera. Durante su prolífica trayectoria, construyó edificios de carácter religioso, zonas residenciales y casas para particulares, además de otros trabajos menores y multitud de proyectos que no vieron la luz o que dejó que acabasen sus colaboradores. Arquitecto total y una figura con muchos matices que, un siglo después, sigue despertando el interés de todo el mundo.
Una de las características de su estilo personal fue la observación de la naturaleza, y desde allí la utilización de formas geométricas regladas, como el paraboloide hiperbólico, el hiperboloide, el helicoide y el conoide.
De esa observación tenemos muchos ejemplos. La Sagrada Familia, a la que se denominaría La Catedral de los Pobres, con sus bóvedas y vitrales por donde filtra la luz simulando la iluminación que recibe el interior de un bosque a través de los árboles. O las escaleras del interior de las torres que nos absorben para transportarnos al interior de un gigantesco caracol de piedra.
Fue nombrado arquitecto del templo expiatorio de la Sagrada Familia en el año 1883. La obra ocupó toda su vida y se la considera su principal realización artística, a pesar de que quedó inconclusa y sin un proyecto bien definido.
Pero su talento quedó marcado a fuego en muchas obras que hasta el día de hoy podemos seguir disfrutando. Como el Parque Güel. Un encargo del conde de Güel, con quien mantuvo una relación casi de mecenazgo renacentista. Güell le encargó en primer lugar algunos pabellones para su finca de Pedralbes y el palacio de la calle Nou de la Rambla (1886-1891), donde Gaudí introdujo nuevos elementos constructivos como el arco parabólico.
En 1891 abordó la fachada del Nacimiento de la Sagrada Familia, de cuyas cuatro torres sólo se había construido una a la muerte del arquitecto, la que dio la pauta para el bosque de torres en que debía convertirse el templo.
Poco después de 1892, los Fernández y Andrés le encargaron una casa en León, conocida como Casa de los Botines. En lo sucesivo, sus principales encargos fueron inmuebles de pisos, como la casa Calvet, la casa Batlló y la casa Milà, más conocida como La Pedrera y culminación en cierto modo del genio de Gaudí por la singular concepción de su fachada ondulada de piedra y hierro forjado y por el conjunto de chimeneas helicoidales de la azotea.
A su muerte, en 1926, atropellado por un tranvía, ya era un arquitecto reconocido dentro y fuera de las fronteras españolas, pero su singular genio innovador y creativo no fue aceptado universalmente hasta mucho más tarde. En la actualidad, su figura es internacionalmente reconocida y su obra se cuenta entre las más admiradas de la arquitectura de todos los tiempos.
Dos palabras para resumir el trabajo de toda la vida del maestro: Talento y humildad.
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