Fue cervecería, salón de baile, sede de un club de fútbol, y ahora está a la venta
Se prenden las luces y del asombro la mandíbula llega al piso. La pista tropical del Palacio Sudamérica y la de tango en el piso superior, aun en desuso, aun en decadencia, aun en silencio, deslumbran. Están la araña gigantesca que unía los dos pisos, los vitreaux tapados en un último y triste intento por evitar que el sonido escapara del lugar más de lo que los vecinos estaban dispuestos a tolerar, las viejas llaves de la corriente eléctrica, el antiguo sótano donde se elaboraba la cerveza, el símbolo de la Doble Uruguaya, el escudo de la Institución Atlética Sud América (IASA), las barras, los escenarios, los mil recovecos de un inmueble laberíntico que supo incluir gimnasio de boxeo, estacionamientos, cancha de paddle y donde hoy hay un estudio audiovisual. Si el tango habla del dolor de ya no ser, solo cabe reflexionar lo que debe haber sido este lugar durante su época de esplendor.
El Palacio Sudamérica está en venta. Son 6.938 metros cuadrados de terreno y 7.933 construidos, con entrada por Yatay y por Marcelino Sosa, a un minuto del Palacio Legislativo, del que fue contemporáneo. La web de Marfil Inversiones Inmobiliarias, que ya ha sido contactada por interesados, habla de un valor de 2.490.000 dólares. Se piensa en un destino inmobiliario, al estilo del Town Park de avenida Millán, o comercial, para aprovechar la movida creada por el cercano Mercado Agrícola de Montevideo (MAM). No se descarta un uso industrial, quizá en homenaje a su origen y aprovechando que el Puerto de Montevideo está a ocho minutos. Como sea, se vende un símbolo casi centenario no de un tiempo sino de varios.
En sus momentos fue el Palacio de la Cerveza. Fue construido en 1928, tres años después de la inauguración del Palacio Legislativo, para Cervecerías del Uruguay, y poco tiempo después traspasado a Fábricas Nacionales de Cerveza (FNC). Claro ejemplo de la arquitectura art decó, fue símbolo de un Uruguay pujante, fabril y febril. En los sótanos se elaboraba y arriba se bebía y se festejaba. Había un inmenso salón de fiestas y patio, donde todavía hoy se ven los carteles "Caballeros" y "Señoras" indicando los baños. Tanto actuaban Carlos Gardel, Julio Sosa y otros grandes nombres del tango como se reunía la colectividad alemana y se recibía al Sínodo Evangélico del Plata, como destaca el blog Crónicas Migrantes.
En 1960, la IASA, un club más heroico que glorioso, más soñador que creador, adquirió el inmenso edificio para su sede. Estos eran otros tiempos: un equipo como Sud América, que nunca pasó del cuarto puesto en un torneo, se daba el lujo de tener una sede que envidiarían Peñarol y Nacional, potencias continentales y mundiales. El periodista Julio Toyos, socio honorario del club, recuerda que la compra salió aprobada por aclamación. Mucho tuvo que ver él en esa decisión, cuenta a galería, ya que en la asamblea de socios había dudas -Numa Pesquera, accionista de la FNC, le advirtió al presidente de la IASA, Roque Santucci: "Pero, señor, ¿si la cervecería no puede mantener el edificio, lo va a hacer un club de fútbol?"-, pero él comenzó a revolear la bandera al grito de "¡Suamérica nomá!". La emoción embargó a todos y la compra se aprobó.
La idea era mantener el edificio con los bailes, los famosos "bailes de la IASA", que en tiempos más recientes se transformarían en "el Suda". Se trató de la cancha grande de la música tropical, que incluyó al boom del Interbailable con entrada por Marcelino Sosa. Comenzaron las épocas de los bailes masivos, con orquestas de cumbia y "típica". El primero fue con la actuación del maestro Roberto Firpo, prócer argentino del tango, traído por gestiones del propio Toyos, logrando reventar el lugar con 3.000 entradas.
Se asegura -aunque nunca se sabrá qué es leyenda y qué es verdad- que en sus mejores noches, los bailes de la IASA congregaban a 7.000 personas en tres pistas, atraídas por Pedro Ferreira, Conjunto Casino, la Sonora Borinquen, el Combo Camagüey o Karibe con K, pero también por Juan D'Arienzo y su orquesta, Joan Manoel Serrat o Palito Ortega, como enumeran familiares de los actuales dueños (Juan Pérez Bentancur y Edgardo Bertone).
Los bailes masivos eran tan exitosos que le permitieron a la IASA contratar jugadores de la categoría de Juan Joya y Emilio Álvarez, dos viejas glorias de Peñarol y Nacional, en 1971. Toyos recuerda, empero, que había muchos "escapes" de dinero. "Gente a cargo de las entradas, de las cantinas, que se ‘avivaba' con la plata". Eso, más otras malas inversiones, juicios laborales y "un deterioro en el clima de los bailes" fueron matando a la gallina de los huevos de oro. Cuando la IASA vendió al Palacio Sudamérica -moción presentada por el propio Toyos, arrepentido de haber agitado la bandera años atrás-, el club prácticamente debía lo que le ofrecieron por el inmueble. "Nos habrán quedado unos treinta mil dólares", lamenta.
De ahí en más, el Sudamérica fue sinónimo solo de baile tropical, aunque también se haya usado para asambleas y eventos estudiantiles de la vecina Facultad de Medicina. Los bailes incluían toda la estigmatización que recaía sobre "la cumbia", hasta que el estallido del pop latino la hizo cruzar Propios hacia el este y avenida Italia hacia el sur.
"Para nosotros, los músicos, el Sudamérica era el Estadio Centenario. Tenías que tocar en vivo y para 3.000 personas. A veces había hasta 12 orquestas de noche", cuenta Fernando Padrón, manager de Sonora Borinquen y Karibe con K, además de dueño de Los Negroni e hijo de quien fuera propietario de Antillano, grupo del cual fue utilero y músico.
Si al principio los hombres iban de traje y corbata y las mujeres llegaban acompañadas por sus madres, el ambiente se fue "espesando" con el tiempo, admiten tanto Padrón como desde el entorno de los actuales propietarios. El "Inter", el "Suda", comenzó a aparecer cada vez más en las páginas policiales de los diarios. También en un momento el lugar fue sinónimo del baile de tajo y puñalada, donde sostenerle la mirada a un desconocido era preámbulo de lío, y de lío grande.
Problemas había en todos lados, pero el prejuicio sobre la cumbia también pesó. El artista Alfredo Ghierra, uno de los que ha aparecido en los medios más conmovido por la venta del emblemático edificio, confirma un secreto a voces: en el baño de caballeros del Sudamérica se alquilaban peines, gominas y pasadas de desodorante. Como sea, una trifulca ahí siempre se veía más sangrienta que una en una disco de Punta del Este.
El último incidente, que incluyó disparos y dos heridos, ocurrió en la Noche de la Nostalgia pasada. Los vecinos cada vez hacían más denuncias, por ruidos, por problemas, por las caras, por todo. El último baile fue el 5 de enero de 2020. La época de los bailes masivos, con cientos y miles de personas en espacios muy grandes, ya quedó atras.
El hermoso edificio no es monumento histórico, dice a galería admitiendo cierta sorpresa William Rey, director de la Comisión de Patrimonio Cultural del Uruguay. Federico Delpino, de Marfil, resalta que si bien el inmueble no tiene la protección de Patrimonio -lo que significa que lo pueden tirar abajo para hacer algo nuevo-, la fachada por Yatay sí es de interés departamental. Pero por detrás se pueden levantar torres con espacios comunes y de recreación, piscinas y barbacoas. O cualquier otra cosa.
Rey admite que el Palacio Sudamérica debería estar protegido. Aun siendo director de Patrimonio y conociendo que se hizo un informe técnico con ese fin, desconoce por qué eso no pasó. "Eso no quiere decir que no veamos con preocupación lo que se haga ahí. Es un edificio muy interesante en sus interiores y que representa una época, una modalidad de uso de consumo, y sería bueno que el empresario que lo adquiera sepa que es toda una manifestación de la arquitectura del Uruguay". Una manifestación con el cartel de venta en su fachada art decó.
Fuente:GaleriaMontevideo
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